jueves, 8 de marzo de 2012

Reportaje a Michael Ende

Reportaje a Michael Ende (fragmentos)

Artículo publicado el 22 de abril de 1984 Por Jean-Luis de Rambures


Michael Ende, de 55 años, barba cana y ojos de niño, hijo del pintor superrealista Edgar Ende, vive rodeado por los olivos de los montes Albanos, en las cercanías de Roma, en una gran mansión (Casa Licorna) llena de libros viejos, de objetos raros y de cuadros superrealistas. Su novela La historia interminable, traducida a 27 idiomas hasta la fecha, que ha sido considerada como uno de los libros iniciáticos de nuestra época, ha sido llevada al cine como superproducción y estrenada ya en Estados Unidos y en la República Federal de Alemania, lo que ha provocado las protestas de Ende, que sigue en su camino de "encontrar la realidad a través de la fantasía".


A pesar de las protestas del autor, que se considera traicionado y engañado, acaba de estrenarse en Estados Unidos una película -con un presupuesto de 60 millones de marcos (más de 3.000 millones de pesetas)- que, aunque inspirada en la novela de Michael Ende, está concebida a lo ET. Con todo, La historia interminable es también un acontecimiento literario. Nos encontramos, sin duda, ante una de las novelas más sorprendentes aparecidas en Alemania Occidental -e incluso en Europa- desde la segunda guerra mundial.

Ende: Mis libros no son westerns. No hay que matar a los malos al final para que todo vuelva a estar en orden. No ataco a individuos, sino a un sistema(...)Entre los monstruos, a los que debe enfrentarse el héroe de La historia interminable, hay uno al que toma por una araña gigante hasta que se da cuenta de que está realmente compuesto de abejorros color azul metálico que zumban como un enjambre encolerizado. Yo he llamado a esta criatura Ygramul. Sin embargo, podría haberle dado el nombre de Belcebú, el Señor de las Moscas o de la Multitud, pues con esa palabra se designa a ambas cosas en hebreo. Soy consciente, en efecto, de que el principio demoniaco de nuestra época reside en la dominación que ejerce la multitud sobre el individuo. Todo comienza con la superpoblación, que hace que la persona se encuentre devaluada frente a la masa, y llega hasta la multiplicación infernal de todos los objetos, que caracteriza a nuestra sociedad industrial.(...) No oculto que al escribir La historia interminable intenté enlazar con ciertas ideas del romanticismo alemán. No fue por dar marcha atrás, sino porque en dicho movimiento abortado hay semillas que necesitan germinar. Desde Newton nos hallamos cruelmente divididos en dos mundos: el de los objetos, llamado real, y el supuestamente ilusorio del yo. Para no seguir siendo un extraño, el hombre debe aprender de nuevo, como Goethe, a llamar de tú a la Luna. Empezamos a darnos cuenta de que con la física, las ciencias naturales, la tecnología o la sociología es imposible resolver los problemas haciendo como si se desarrollasen independientemente de nuestra conciencia. Nos inquietamos también por la destrucción de ese mundo exterior que constituye nuestro marco vital. Sin embargo, hay otra forma de destrucción de la que no se habla y que es igualmente trágica: la de nuestro mundo interior. Cuando todo se subordina al beneficio, se empieza por explotar a los obreros y después se ataca a las colonias, al medio ambiente. Por último, le toca el turno a nuestro mundo interior.


P: ¿Qué vía propone usted para recuperar la armonía?


Ende: Cuando nos fijamos un objetivo, el mejor medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. No soy yo quien ha inventado dicho método. Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. Para descubrir las Indias, Cristóbal Colón levó anclas en dirección a América. Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fantástico. Ése es el recorrido que lleva a cabo el héroe de La historia interminable. Para descubrirse, a sí mismo, Bastián debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el país de lo fantástico, en el que, por el contrario, todo está cargado de significado. Sin embargo, hay siempre un riesgo cuando se realiza tal periplo; entre la realidad y lo fantástico existe, en efecto, un sutil equilibrio que no debe perturbarse: separado de lo real, lo fantástico pierde también su contenido. Eso lo aprende Bastián a su paso por la ciudad de los emperadores destronados. Al haber perdido hasta el recuerdo del mundo real, los habitantes de dicha ciudad del absurdo se ven obligados a desparramar al azar las letras del alfabeto durante todo el año, esperando que, en el transcurso de la eternidad, acaben por aparecer todos los libros del mundo, entre los que se encuentra, claro está, La historia interminable.


P: ¿No hay en eso una alusión a la Biblioteca de Babel, de Borges?


E: La historia interminable está repleta de alusiones culturales. Y no por falta de imaginación, ya que lo he hecho deliberadamente. En este sentido, el peligro reside no en el universo mental de Bastián, sino en el patrimonio cultural de toda la humanidad. Me he basado en la Odisea, en Rabelais, en Las mil y una noches, en Lewis Carrol y también, aunque en menor medida, en Tolkien, con el que me han comparado los críticos alemanes (ciertamente, los dos debemos mucho a las leyendas célticas de la Tabla Redonda). Me he inspirado en pintores (El Bosco, Goya, Dalí.). Atreyu es Atreo, héroe de la mitología griega, cuyo nuevo nombre tiene una sonoridad evocadora de las lenguas indias de América. Pjörnrachzarck, el comedor de piedras, recuerda a Edda, ya que es un gnomo, y al pronunciar su nombre puede oírse el ruido que hace al masticar las piedras. Incluso Fujur, el dragón de la fortuna, tiene un modelo: Fohi, el dragón de la mitología china.


P: Si he entendido bien, en La historia interminable nada es gratuito. ¿Cómo elaboró el plan del libro?


E: Eso es precisamente lo que intento evitar al precio que sea: hacer un plan. Cuando escribo, pretendo descubrirme a mí mismo. Elaborar un plan significaría introducir en el libro lo que ya sé. Mi método consiste en dejarme guiar sólo por imágenes. Si no hago trampas, acabo por darme cuenta de que cada historia tiene una lógica interior y que no puede desarrollarse de otro modo. Es cierto que eso exige una gran concentración que me conduce, a veces al borde de la locura. No supe hasta el penúltimo capítulo de La historia interminable dónde estaba la salida del país fantástico. Me telefoneaba mi editor: "¿Por dónde vas? Hay que llevar el libro a composición". Yo sólo podía responderle: "No sé cómo terminar la historia". Después de semanas y semanas encontré de repente la solución: para salir del país fantástico no había que ir hacia las fronteras, sino hacia el centro. Había que tomar el camino del interior. Y, créame, sólo al final me acerqué a Novalis.

P: La heroína de Momo es una niña. Bastián es un niño de 10 años. ¿Por qué esa predilección por los héroes infantiles?

Ende: Hoy día todo el mundo encuentra normal que los escritores penetren en el mundo de las cárceles, en los manicomios o en las minas de carbón. ¿Acaso hay que considerar aparte a los que escriben para el público infantil? Creo que los supuestos adultos no son tan maduros como para percibir que un cuento para niños es también para ellos. Las culturas nacionales han dejado de tener sentido. Hay que encontrar otros vínculos que unan a los hombres, y el mundo de los niños constituye precisamente una nueva comunidad. Si juntamos a tres niños (uno negro, otro asiático y otro europeo), no tendrán ningún problema para comprenderse. Lo mismo ocurre con los cuentos, ya sean africanos, gitanos, rusos o chinos: todos ellos se parecen, y puede encontrarse, con algunas variantes, el mismo cuento de Cenicienta en todos los rincones del mundo

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